El teatro de Tobar García no se ciñe a la técnica –revisar el análisis de Ricardo Descalzi- y, algunas de sus obras, basta leerlas, antes que verlas representadas, porque en sus diálogos fluye su pensamiento, su posición crítica, su visión del mundo, del hombre en cualquier condición es universal porque nunca escribió para un estrato, o desde una élite, su aporte a la literatura del continente está en que es honesta, clara, sin poses de vodevil que si bien parece renegar de su origen, no es más que la creación de un universo que se va ordenando con soltura “desde la comedia a la tragedia, pasando por el auto religioso a la escenificación heroica, expresándose en prosa o verso”. Su obra es cause que no se detiene. En La trilogía del mar (colección Antares, 1991), Luis Campos Martínez, en su estudio introductorio, cita al autor, quien nos permite atisbar su periplo por el mundo: Una gota de lluvia en la arena fue escrita en Playas de Villamil, Ave en la orilla en Cali y Guayaquil en 1964, en el mismo año, en Nueva York, Las ramas desnudas, corregida más tarde en Londres. De escribir no se cansa Francisco Tobar García y sus obras se estrenan y triunfan, algunas, afuera, como es de esperarse, y adentro también, como es de dudarse. Qué duda cabe que este lector prolífico no se dejó arredrar por las malas influencias de los aires andinos, y con páramo y todo dio mucho de lo mejor de su literatura, desde el encierro. De sus autores predilectos nos habló bien su tía, y por su puesto sus amigos y más de un serio estudioso de la literatura ecuatoriana, porque muchos de los bromistas lo han dejado a medias como algún personaje suyo encerrado en un cuarto del Bronx, en Nueva York, sin esperanzas. Hoy el loco Tobar sigue en el exilio, huido de la ciudad maldita, no estará en el paraíso sino en el malecón guayaquileño, a pesar de lo kish, por el calor tropical y femenino.
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