Tobar García, Francisco (1928-VVVV)
Poeta, dramaturgo, narrador, ensayista, periodista, crítico literario, diplomático y profesor universitario ecuatoriano, nacido en Quito en 1928. Autor de una intensa y variada producción literaria que progresa con brillantez y soltura por las modalidades genéricas más diversas, está considerado como una de las figuras más relevantes de la literatura ecuatoriana de la segunda mitad del siglo XX.
Humanista fecundo y polifacético, volcado desde su temprana juventud hacia el conocimiento de las Letras y el cultivo de la creación literaria, cursó estudios superiores en la Universidad Católica de Quito, de donde egresó con el grado de doctor en Literatura. Emprendió a partir de entonces una fructífera trayectoria docente que le condujo de nuevo hasta las aulas de su alma mater -aunque ahora en calidad de profesor-, y desde allí fue adquiriendo un merecido prestigio intelectual que, difundido por todos los países hispanoamericanos, le permitió impartir cursos, seminarios y conferencias como profesor invitado en la Universidad de La Plata (Argentina), en la Sorbona (París), en la Complutense (Madrid) y, entre otras, en las aulas superiores de la Universidad de Mérida (Venezuela). Afincado en Guayaquil, su talante abierto, extravertido y cosmopolita le impulsó a realizar numerosos viajes a lo largo de toda su vida, una veces por los citados motivos profesionales, otras por la curiosidad de conocer nuevas tierras, culturas y formas de vida, otras veces para asentarse durante largas temporadas en diversas ciudades europeas y americanas (así, v. gr., en Portugal y Chile), y en otras ocasiones, en fin, para ejercer las funciones que, en su condición de diplomático de carrera, le asignó el gobierno ecuatoriano en España, Haití y Venezuela.
En su faceta de escritor, Francisco Tobar García irrumpió en el panorama literario ecuatoriano de mediados del siglo XX con un poemario titulado Amargo (Quito: Ed. Presencia, 1951), opera prima que mereció los elogios de la crítica especializada y anunció la llegada de una nueva e inspirada voz lírica cargada de resonancias culturales y caracterizada, en su plano formal, por un sobrio y depurado hermetismo que acentuaba la independencia y originalidad del poeta quiteño respecto a la lírica ecuatoriana del momento. Esta buena impresión causada por su primera colección de versos se vio luego confirmada por la aparición de otros poemarios tan notables como Segismundo y Zalatiel (Quito: Ed. Presencia, 1952), Naufragio y otros poemas(Quito: Ed. Casa de la Cultura, 1962), Dhanu (Madrid: Oficina de Educación Iberoamericana, 1978) y Ebrio de eternidad (Quito: Ed. Banco Central de Ecuador, 1992), en los que pueden leerse versos de tan bella factura como éstos: "Antes de comenzar el día, / cuando el último río de la noche / desemboca en una mar como el silencio / y queda el mundo suspendido, / como si un Dios enfermo, con los brazos / de un niño, contemplase aquel milagro / y, jugando con él, viera en el mundo / sólo una forma / -esa marea de dolor, de renovada / furia o deseo, mientras nada cesa- / en la agonía, en la renunciación, / puede caber aún este milagro: / un alma que otra vez se yergue / atónita a mirar la selva espléndida, / porque es probable que el amor exista [...]" ("Scorpio").
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